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Llevar al niño al dentista es a veces una situación muy tensa para los padres, de hecho más que para los niños. Ciertamente la visita al consultorio dental  no es agradable, y ese desagrado hace que la actitud general de los pacientes hacia la odontología sea negativa. Esa negatividad, inconscientemente, se traslada a los niños, y muchas veces, ya de camino, se les alarma de forma innecesaria con frases como “no te preocupes vamos a la clínica dental”, “no te harán daño”,  “ya verás como no es nada”, “el dentista es muy bueno y lo hace muy bien” o “si te portas bien te compraré…”. Y el niño, que es pequeño pero no tonto, empieza a preocuparse, cuando no a llorar. El lloro, la queja, la protesta, tienen un único objetivo: disuadir al acompañante (padre, madre, abuela o quien corresponda) de llevarle a la cita.

Una vez en la clínica dental el niño puede insistir en el llanto, como herramienta disuasoria. La realidad es que habitualmente los niños son unos excelentes pacientes, y la experiencia, en contra de lo que pueda parecer, no es traumática para ellos. Es más el hecho de tener que estar quietos por un periodo que fácilmente supera los 20 minutos que la situación en sí.  En nuestra clínica dental Dentes, nos quedamos sorprendidos al ver que al poco de empezar, y especialmente si los padres no están presentes (o el niño no los percibe como presentes), la actitud es muy colaboradora, se relajan, e incluso se quedan dormidos. Trabajar con niños , es un placer para nuestro consultorio dental, debido a que es muy gratificantes y es mucho más sencillo. El problema es poder empezar. Para ello es imprescindible la cooperación de los padres, que deben tratar de evitar mostrar preocupación hacia el niño, así como aparentar que la situación no depende ya de ellos (y digo aparentar, pues las decisiones deben tomarlas ellos en última instancia) para que el niño, creyendo que las decisiones dependen del profesional, entiendan que la protesta servirá para muy poco.

En ciertos niños, y en determinadas circunstancias, puede recurrirse a medicación preoperatoria para relajar al niño (bastante habitual en Estados Unidos). En muchos otros países avanzados (Francia o Japón por ejemplo) se recurre a medidas en esos casos que a los ojos de algunos padres de nuestro entorno son una barbaridad (inmovilizar al niño con una sábana, estilo camisa de fuerza). Pero nuestra experiencia nos dice que  en realidad los niños de 3 y 4 años se dejan poner anestesia, hacer obturaciones (“empastes”) o extracciones sin problema en la mayoría de los casos. Retrasar la visita al dentista puede suponer la no realización de esas obturaciones a su debido tiempo,  y puede conducir a situaciones mucho más desagradables para los niños, a veces con malas consecuencias, tanto para su salud dental como para su salud general.

Nuestra recomendación es que procedan a llevar a sus hijos al dentista desde edades tempranas (hacia los tres o cuatro años si no se observa nada anómalo antes), para descubrir las lesiones de caries cuando estas son todavía pequeñas y tratables. Recordemos que cuando una caries duele, en un niño casi siempre implica tenerla que quitar, y con ello, creamos un problema de espacio para los dientes definitivos en el futuro. Y si en la visita no se encuentra nada, aparte de la alegría de estar bien, haremos que las próximas visitas del niño al dentista sean mucho más relajadas.

 

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